Trabajando como acompañante de familias en un tanatorio, siempre me siento un poco rara cuando veo que las familias y amistades de los y las dolientes intentan enfocarse en ‘el lado positivo’ del fallecimiento: “Ahora está en un lugar mejor” o “No llores, por lo menos ha dejado de sufrir”. En ese momento, apenas horas después de la muerte de esa persona, es demasiado pronto para que el doliente vea esa parte positiva. No ayuda forzar ese positivismo, o incluso puede doler más, puede generar que la persona se sienta rechazada por por poder expresar sus emociones de tristeza, dolor y pena.
En plena tormenta no se ve cómo cambia el mundo por los vientos y las lluvias. Para darte cuenta de los aprendizajes que sacas de una situación difícil, necesitas tiempo. Es por eso que sobre la pandemia de la COVID-19 en este grupo de Dando Vida a la Muerte aún a penas habíamos hablado. Hasta ahora. Porque un año después de esa rueda de prensa en que el Gobierno de España comunicó el estado de alarma, era la hora de reflexionar en lo que ha pasado, y especialmente en lo que hemos aprendido.
En el evento online del 20 de marzo, hablé con Sara Pons, acompañante espiritual laica para personas al final de la vida, y Maite García Balán, responsable de calidad del Servicios Funerarios de Madrid. Sara nos contó cómo cambió el ámbito sanitario de un día al otro, provocando la pandemia esa temida muerte en soledad para muchas personas. Maite puso en palabras la impotencia que vivieron ella y sus compañeras de SFM al perder el contacto con las familias, siendo normalmente una de las partes más importantes de sus trabajos.
No quepa ninguna duda de que para ambas mujeres ha sido el año más complicado de su carrera profesional, pero poco a poco están volviendo a su normalidad laboral.
Muy conscientes de que somos afortunadas de tener buena salud y de poder seguir trabajando, sentimos que ya ha llegado el momento de acercarnos a ese lado positivo: ¿qué hemos aprendido de la pandemia?
Varias veces mencionamos el aprendizaje principal: tenemos que humanizar tanto el mundo sanitario como el sector funerario, como Sara y Maite llevan haciendo ya desde hace años.
Las personas enfermas, sus familiares y sus seres queridos, tanto en hospitales y tanatorios, son las personas más importantes y deberían serlo siempre. Nadie debería morir en soledad (si no es por su propia elección) al igual que nadie debería estar solo en el duelo.
La pandemia nos ha enseñado que nos necesitamos. Necesitamos el contacto físico, la conexión emocional y espiritual con nuestros seres queridos y tenemos que hacer el esfuerzo de estar presente para las personas que lo necesiten. Ahora y en el futuro.
También necesitamos esa conexión con nosotras y nosotros mismos: el auto-cuidado nunca fue tan importante, como dijo Sara: “más sufrimiento, más auto-cuidado, siempre”.
Reconectar con la naturaleza, reconectar con nuestro mundo interior y reconectar con las personas con que caminamos juntas en esta vida.
Con mucho cuidado de no caerme en el positivismo exagerado y forzado (y tan detestado por mí), me quedé con el corazón lleno de esperanza y amor tras la conversación con estas dos mujeres maravillosas.
Conseguimos celebrar los aprendizajes, sin olvidarnos del sufrimiento causado por la pandemia.
Yo me quedo con el aprendizaje de que no necesito más que a mi gente, la naturaleza y la motivación de seguir adelante: el resto es simplemente opcional.
¡Gracias!
Veronica Quaedvlieg